Rancagua, ciudad situada a 60 kilómetros al sur de Santiago, fundada en 1743 por el Gobernador del Reino de Chile, don José Antonio Manso de Velasco bajo el nombre de Villa Santa Cruz de Triana; fue el escenario de una de las batallas más decisivas y controvertidas de la historia de nuestro país.
No se puede hablar de esta batalla sin mencionar antes la cadena de hechos dolorosos que contribuyeron a su desenlace. Sin embargo, se toca este tema y las pasiones dormidas saltan como impelidas por un resorte. Somos una raza de gente intensa y tozuda; característica heredada, seguramente, de nuestros antepasados peninsulares; gente orgullosa que defiende sus ideas a ultranza.
Nos cuesta aceptar que nuestros próceres no son semidioses; que son solo seres humanos, capaces de acometer las empresas más sublimes y los actos más nobles; pero que también, llevan en si los defectos y los errores propios de la especie humana.
Nos cuesta aceptar que nuestra Guerra de la Emancipación no fue contra una potencia extranjera. ¡Fue una guerra civil! En ella combatimos criollos españoles contra criollos españoles; unos partidarios del bando realista y los otros, partidarios de un autogobierno que nos permitiese obtener el mismo estatus y derechos que aquellos nacidos en la Península Ibérica.
La idea de una Independencia total, solo estaba en la mente de una minoría ilustrada, imbuida en las ideas diseminadas por la revolución francesa y por la recientemente lograda independencia de los Estados Unidos de Norte América. Costó mucho tiempo, mucha sangre y muchas penurias llevarla a cabo.
¿Quiénes componían las fuerzas en conflicto?
El ejército “realista”, aunque comandado por algunos oficiales peninsulares enviados por el Virrey del Perú, estaba compuesto por soldados nacidos en Chile; y por gente de Chiloe y de Valdivia, lugares que
aun no formaban parte del Reino de Chile, aunque si pertenecían a la Corona de España.
Las fuerzas “patriotas”, eran comandadas por oficiales criollos formados en las guerras de Arauco o en las milicias regionales; aunque unos pocos, como el brigadier Juan Mackenna, el general José Miguel Carrera y el brigadier Francisco de la Lastra, tenían formación militar en el extranjero. Posteriormente, otros se unirían a esta selecta minoría.
La tropa, formada por campesinos y bajo pueblo, normalmente seguía la orientación de sus patrones, fueran estos realistas o patriotas, sin entender realmente, en su gran mayoría, la causa o los ideales por los cuales luchaban y morían. Esto explica los diversos cambios de bando y las deserciones masivas que se produjeron durante este conflicto.
La división de las fuerzas patriotas
El desastre de Rancagua y el fin de la Patria Vieja, se configuraron meses antes con el Tratado de Lircay, acordado entre el Director Supremo Francisco de la Lastra, el Comandante del Ejército Patriota Bernardo
O’Higgins y el comandante de las fuerzas realistas, brigadier Gabino Gainza, que fue firmado el 3 de mayo de 1814. Aun admitiendo que ya existían grandes diferencias en el bando patriota, este tratado desencadenó una serie de acontecimientos que terminaron por fracturar la unión de quienes buscaban la emancipación.
Dicho instrumento legal, retrotraía las conquistas logradas hasta entonces, a la situación existente con anterioridad a la Primera Junta de Gobierno de 1810, y se acordaba reconocer y enviar diputados criollos a la Junta de Cádiz, eliminando la Junta local.
Se acordó además, la abolición de la bandera y el escudo nacionales, los que fueron substituidos por la bandera y las Armas del Rey, tanto en los actos y edificios públicos, como en las unidades de nuestro ejército.
El tratado también incluía una Cláusula secreta, mediante la cual, los hermanos José Miguel y Luís Carrera, debían ser retenidos en el campo realista, donde se encontraban prisioneros. José Miguel Carrera sería enviado fuera de Chile, en una supuesta misión diplomática, aunque lo más posible es que fuese enviado a Lima, para ser encerrado en las mazmorras del Virrey. Juan José Carrera ya había sido desterrado a Mendoza, con prohibición de regresar a Chile y nada se decía de la suerte que correría Luís Carrera.
Grandes fueron las celebraciones del gobierno por la firma de la paz pero, ni las retretas en las plazas, ni las salvas de cañón, lograron ocultar la realidad de que se había capitulado ante el enemigo y que la autonomía, por la cual se habían hecho tantos sacrificios, dejaba de existir.
Una frialdad glacial se apoderó de la opinión pública de Santiago y la verdad estalló como una bofetada en el rostro de muchos patriotas. En esta ciudad se produjeron encuentros entre éstos y los “sarracenos”, la bandera real apareció varios días colgada de la horca en la Plaza Mayor y, en el ejército, el capitán don Joaquín Prieto Vial – futuro presidente de Chile – ordenó a su tropa adornar las colas de los caballos con la cucarda real, gesto que fue imitado por otras unidades.
Algunos historiadores aseveran que dicho tratado fue firmado solo con el propósito de dilatar las acciones y ganar el tiempo necesario para equipar y entrenar mejor al ejército patriota.
Es probable que esa haya sido la verdadera intención, aunque las cartas enviadas en esos días por el Director Supremo de la Lastra al general O’Higgins, revelan su enorme inquietud y expresan la ansiedad reinante en el Gobierno, diciendo que “quien capitalizará del descontento y de las simpatías populares, será José Miguel Carrera. ¡Lastra no estaba equivocado!”
El general O’Higgins insta al Director Supremo a desconocer el tratado y reanudar la guerra, aprovechando el momento de debilidad en que se encontraban las fuerzas del brigadier Gainza, pero Lastra vacila y no toma decisión alguna.
Mientras tanto, José Miguel y su hermano Luís logran escapar de su encarcelamiento en Chillán – con la posible complicidad del mismo brigadier Gainza – y llegan a la ciudad de Talca, lugar donde se encuentra acantonado en ejército patriota.
Son recibidos, con gran sorpresa y no menos desazón, por el general O’Higgins, quien les prodiga una fría bienvenida, aunque los invita a cenar y les concede el salvoconducto para proseguir a Santiago al día siguiente. Sin embargo, esa misma noche, envía un mensaje al Director Supremo, quien emite una orden de arresto en contra de ambos oficiales; los que, en conocimiento de esa orden, se refugian en la hacienda San Miguel de El Monte, propiedad de la familia Carrera; y desde ahí toman contacto con la creciente oposición a Francisco de la Lastra.
El gobierno responde expidiendo un bando que conmina a Carrera a presentarse y comparecer ante la justicia, dándole como último plazo el día 23 de Julio de 1814. En la madrugada de ese día, los cuarteles de Santiago son ocupados por los partidarios de Carrera y, esa mañana, la Plaza de Armas amanece con la guarnición formada frente al palacio de gobierno. José Miguel se presenta montado en brioso corcel, entre los vivas de la tropa y civiles congregados en el lugar; cumpliendo así con la fecha señalada por el bando del gobierno.
Con un pequeño piquete de soldados, ingresa al Palacio de Gobierno y hace arrestar a Francisco de la Lastra y a un grupo de sus partidarios; entre ellos a Irizarri y al coronel Juan Mackenna, ambos enemigos jurados de Carrera; quienes son inmediatamente enviados al destierro en Mendoza.
A continuación, se convoca a un cabildo abierto, el que después de escuchar las voces disidentes de don Gaspar Marín y don Manuel Recabarren; nombra un nuevo gobierno. Este queda formado por el general José Miguel Carrera como Presidente, el coronel Manuel Muñoz Urzùa y el presbítero Julián Uribe como vocales y se nombra además a don Carlos Rodríguez Erdoyza en la cartera de Guerra y a don Bernardo de Vera y Pintado en la cartera de Gobierno y Hacienda. Curioso nombramiento este último, pues era conocido que Vera y Pintado era enemigo de Carrera. Aparentemente, se hizo como un gesto para aplacar al bando opuesto y ayudar a construir acuerdos con ellos.
En el campamento de Talca, el general O’Higgins, recibe las noticias de los acontecimientos acaecidos en Santiago, por medio de un oficio del nuevo gobierno, que le fue entregado por el coronel don Diego José Benavente.
Don Bernardo queda estupefacto por las noticias y, en especial, le horroriza el destierro de su gran amigo y mentor militar, el coronel Mackenna, lo que lo hiere profundamente. Ordena el arresto del coronel Benavente y requisa los despachos que éste portaba para el brigadier Gainza, en los cuales Carrera le exigía cumplir el tratado y retirarse fuera de Chile.
Reúne en consejo a los 40 oficiales más adictos y les comunica su decisión de desconocer a la nueva Junta de Gobierno; lo que es apoyado por la unanimidad de ellos. Un cabildo abierto convocado en Talca, refrenda esta decisión.
Comienzan apresuradamente los preparativos y la división de vanguardia, con O’Higgins a la cabeza, se pone rápidamente en movimiento hacia el norte el 6 de Agosto de 1814, para ser seguida siete días después por el resto del ejército.
Desembarco y avance del general Mariano Osorio
El Virrey del Perú rechaza airadamente el Tratado de Lircay, despoja del mando al brigadier Gabino Gainza y nombra en su reemplazo a Mariano
Osorio, distinguido y hábil general, veterano de la guerra de la Independencia Española contra Napoleón; quien había llegado a Lima en 1812 para ejercer el cargo de Comandante General de Artillería y profesor de matemáticas de la Escuela Militar. Osorio organiza rápidamente la expedición, embarcándola en tres naves: “Sebastiana”, “Asia” y “Potrillo”.
El 12 de Agosto de 1814, desembarca sin oposición en el puerto de Talcahuano; ocupa Concepción y avanza sin dilación hacia Chillán, escoltado por las fuerzas de caballería del comandante Quintanilla.
La entrada en esa plaza es apoteósica. El batallón de Talavera, compuesto por 550 hombres y los 50 artilleros de Burgos, también tropas veteranas curtidas en las guerras peninsulares desfilan en correcta formación hasta la plaza de la ciudad, despertando el júbilo y la admiración entre los civiles y las tropas realistas y levantando la moral de los chillanejos, bastante deprimida hasta entonces.
Sin perder tiempo, el general Osorio, enterado de la división ocurrida en el bando patriota, ve la oportunidad que la suerte le brinda para cumplir a cabalidad las órdenes del Virrey; o sea, aplastar cualquier intento de emancipación y restaurar en Chile la autoridad del Rey. Ordena distribuir inmediatamente las armas y pertrechos traídos en la expedición y prepara su avance al norte para enfrentar al enemigo en el momento oportuno.
Al iniciar su marcha, envía al capitán Antonio Vitel con un oficio imponiendo tajantemente a los patriotas las condiciones del Virrey. Este oficio contemplaba el rechazo del Tratado de Lircay, la exigencia de la rendición incondicional y la entrega de las armas por parte del ejército insurgente; así como la renovación del juramento al Rey Fernando VII y la obediencia a la nueva Constitución española.
La respuesta de Carrera fue un total y altivo rechazo a las imposiciones virreinales.
Mientras esto sucedía, el general O’Higgins avanzaba resueltamente al encuentro de las fuerzas de la nueva Junta de Gobierno, confiado en derrotarlas fácilmente pues sabía que la guarnición de Santiago no pasaba de unos 400 hombres de tropas regulares y de unas cuantas milicias mal armadas y peor entrenadas.
Osorio, con su gran experiencia militar, avanzaba tranquilamente tras el ejército de don Bernardo, ocupando los pueblos y ciudades que iban quedando desguarnecidas y aprovechando de engrosar sus fuerzas con los simpatizantes realistas que salían a su paso.
Carrera, conciente de esta situación, envía dos emisarios a O’Higgins, ofreciéndole evitar un encuentro que sería desastroso para la causa patriota.
Este último, conociendo también el avance de Osorio, le responde: “…no escucharé las proposiciones de “asesinos”. Las bayonetas pondrán fin a las calamidades que sufre Chile”.
Batalla de las Tres Acequias
El 20 de Agosto de 1814, en la iglesia catedral de Santiago, se efectúa el matrimonio de José Miguel Carrera con Mercedes Fontecilla y Valdivieso, aunque el Presidente de la Junta tiene poco tiempo para celebrarlo. Se encuentra en medio de una febril actividad para organizar una fuerza opositora a los dos ejércitos que se aproximan desde el sur: el de O’Higgins y el de Osorio.
El 26 de Agosto se produce el encuentro de ambas fuerzas, ligeramente al sur de San Bernardo, en el lugar denominado “Las Tres Acequias”, que incluía el (entonces en construcción) canal de Ochagavìa, cuyos desmontes servirían de barricadas.
La división de vanguardia del ejèrcito del sur, se componían de unos 1,400 hombres, la mayoría fogueados en los combates contra los realistas. Por su parte, Carrera contaba con los 400 regulares que guarnecían Santiago y alrededor de 1800 milicianos reunidos apresuradamente, armados más que nada con lanzas y sables y casi sin entrenamiento.
El combate dura cuatro horas. Luís Carrera, al mando de la primera línea, contiene el ataque del ejército del sur y lo hace retroceder. En ese instante, José Miguel ordena avanzar a su reserva y acomete el flanco derecho de las tropas en retirada, provocando su desbandada, las que dejan en el campo unos 40 muertos, 400 prisioneros y heridos, toda la artillería, municiones y
vituallas. Esto propicia la deserción de muchos saldados, la mayoría de los cuales, no volverá a integrarse a las fuerzas patriotas.
Carrera reanuda los intentos de acercamiento con O’Higgins y, después de ocho días de negociaciones, se produce el tan importante acuerdo de reconciliación. Carrera mantiene la presidencia de la Junta y el comando en jefe del ejército. O’Higgins, en un gesto que lo honra, acepta estos términos y es nombrado comandante de la Primera División patriota. Juan José Carrera, recién vuelto de su exilio en Mendoza, es nombrado comandante de la Segunda División y el coronel Luís Carrera, queda a cargo de la tercera.
El 3 de Septiembre de 1814, el pueblo ve con estupor y regocijo a los dos próceres, paseando del brazo por las calles de Santiago. De aquí en adelante, se iniciará una corta relación marcada por los sinceros esfuerzos de cada uno para mantener un generoso equilibrio que les permita salvar a la naciente nación, aun cuando las heridas de los recientes sucesos permanezcan todavía abiertas.
PLANES ALTERNATIVOS DE DEFENSA
En Santiago se sabe que la vanguardia de Osorio se encuentra en la ciudad de San Fernando, esperando al resto del ejército que avanza calmadamente desde el sur, sin ser molestado.
El estado del ejército patriota es lamentable. Se encuentra minado por facciones y disminuido por las deserciones. Más de la mitad de las armas de fuego, incluyendo algunas piezas de artillería, necesitan ser reacondicionadas en las maestranzas; gran cantidad de pólvora está inutilizada por la humedad y miles de cartuchos para los fusiles se encuentran en las mismas condiciones.
No hay tiempo ni dinero para comprar armamento en el extranjero. Las fábricas y las maestranzas inician una actividad febril para remediar esta situación y la Junta de Gobierno decreta una conscripción obligatoria, llegando a ofrecer la libertad a los esclavos que se enrolen en el ejército.
Carrera y O’Higgins, junto a su Estado Mayor, discuten planes alternativos para derrotar a los realistas, pero se producen diferencias de opinión entre ambos jefes, aunque coinciden en que sería imprudente tomar la ofensiva y que debe adoptarse una estrategia defensiva, evitando un enfrentamiento en campo abierto.
El primero propone fortificar la Angostura de Paine, una cadena de cerros que une la cordillera de los Andes con la cordillera de la costa, distante unos 20 kilómetros al norte de Rancagua; sitio que además de presentar una barrera natural al enemigo, cuenta con agua suficiente que proviene de dos esteros, elemento indispensable para hombres y bestias en combate.
O’Higgins propone fortificar la ciudad de Rancagua, aduciendo que la línea de Angostura puede ser sobrepasada por el paso de Chada y por el paso de Alhuè, lo que dejarìa Santiago a merced de los realistas. Indica además, que parte del ejército enemigo podría tomar por la retaguardia las posiciones defensivas patriotas, quedando éstas entre dos fuegos.
Se pone fin al debate con una solución intermedia, pero ambigua, que consiste en iniciar las fortificaciones de la Angostura de Paine y de preparar la ciudad sureña para que sirva de punto de apoyo en una eventual retirada hacia Paine.
La Primera y Segunda divisiones patriotas, que son las mas fuertes, deberán tomar posiciones en la rivera norte del río Cachapoal, un kilómetro al sur de Rancagua, impidiendo al enemigo utilizar los vados del río. Previendo que en esa época del año el río trae poco caudal, Carrera ordena cerrar las bocatomas de los canales de regadío al este de la villa para aumentar el flujo del agua, pero esta medida no será suficiente para contener el cruce masivo del enemigo.
Detengámonos un instante para analizar las tres alternativas planteadas por los patriotas y la estrategia seguida por los realistas.
ESTRATEGIA REALISTA
La orden del Virrey del Perú es terminante. El objetivo del general Osorio es aplastar todo intento de emancipación y restablecer la autoridad real en el Reino de Chile, lo cual implica el total aniquilamiento de las fuerzas patriotas, o su rendición incondicional.
Para obtener este resultado cuenta con un ejército bien armado, equipado, entrenado y compuesto por un núcleo de veteranos fogueados en las guerras peninsulares. Las tropas criollas son también veteranas de las campañas de la Patria Vieja, engrosadas por voluntarios durante su avance hacia el norte; situación que le proporciona una fuerza de casi 5,000 soldados. Esto les significa una superioridad numérica de alrededor de 1000 hombres sobre sus oponentes, con una alta moral para el combate.
Contrariamente al temor de O’Higgins, no está en los planes de Osorio sobrepasar al ejército opositor sin combatir y ocupar Santiago, dejando en su retaguardia una fuerza enemiga intacta que puede, en cualquier momento, cortar sus líneas de abastecimiento y comunicaciones con el sur y con el puerto de Valparaíso.
Por los criollos que militan en sus filas, está perfectamente enterado de la topografía del teatro de operaciones y conoce los lugares más propicios
para que el enemigo defienda la capital. Lo único que le resta ahora, es esperar el término de las disposiciones defensivas patriotas, para asestar el golpe decisivo.
ESTRATEGIA DEL EJÉRCITO PATRIOTA
Como ya hemos visto, la defensa del río Cachapoal, acordada como una proposición intermedia entre las opiniones de Carrera y O’Higgins, era insostenible por el hecho de que ese río no presenta una barrera efectiva de defensa.
Con respecto a la idea inicial de O’Higgins de fortificar la ciudad de Rancagua, cabe señalar que dicha alternativa, en caso de ser practicable, debió iniciarse con meses de anticipación y no haber fortalecido solamente unas cuatro o cinco manzanas con trincheras de adobe, si no que toda la ciudad como una plaza fuerte, lo que habría tenido que incluir la evacuación de los cientos de mujeres, niños y ancianos que la habitaban.
Debió tener en cuanta además, el tipo de construcción de adobe y quincha de la ciudad, que podía ser fácilmente incendiada. Tampoco tomaba en cuenta el hecho importantísimo de que la única fuente de agua de la villa, consistía en una acequia cuyo suministro podía ser fácilmente cortado desde el exterior, dejando a las fuerzas patriotas en una posición desesperada. Desgraciadamente, estos dos factores fueron empleados por los realistas durante la batalla, haciendo insostenible la defensa de la plaza.
Por ultimo; nada impedía al general Osorio rodear y sitiar Rancagua y enviar luego un destacamento de 200 hombres para ocupar Santiago, sin hallar oposición alguna, ya que todas las fuerzas patriotas quedaban inmovilizadas dentro de la ciudad. Lo anterior indica que la defensa de Rancagua como estrategia para batir a Osorio, era impracticable y solo conduciría a un seguro desastre.
Una tercera alternativa que se discutió en el Estado Mayor patriota, fue la defensa del río Maipo, ubicado a unos 30 kilómetros al sur de la Santiago
pero, aunque más caudaloso que el Cachapoal, el Maipo también es vadeable en varios sitios, por lo cual esta idea se desechó ya que el cruce de Osorio a la ribera norte, habría significado enfrentar a los realistas en una batalla campal, para lo cual el ejército patriota estaba en franca desventaja.
Llegamos ahora a la última alternativa planteada, que es la defensa de la Angostura de Paine, propuesta por Carrera desde el primer momento.
Paine si presenta al enemigo una barrera natural, la cual, bien fortificada, podría detener el avance de Osorio y obligarlo a enfrentar posiciones que disminuían su ventaja inicial.
Es efectivo que esta posición podía ser rodeada por dos pasos: el de Chada y el de Alhuè. Sin embargo, este último habría significado un gran rodeo por terreno escabroso en el cual, incluso la caballería, habría sufrido un gran desgaste y retrasos, si los realistas hubiesen querido combinar un ataque a la retaguardia patriota, mientras el grueso del ejército de Osorio enfrentaba sus posiciones desde el sur.
En cuanto al paso de Chada, este era más practicable que el anterior, incluso para la artillería de montaña. Sin embargo, el progreso de esta división podría haber sido contrarrestado y, en el peor de los casos, retrasado por una relativamente pequeña fuerza patriota, destacada del grueso de las que defendía Angostura; la cual, bien posicionada en las alturas, pudo haberlo logrado.
De una defensa estática, los patriotas habrían tenido la oportunidad de practicar una táctica defensiva móvil que les hubiese proporcionado la flexibilidad necesaria para batir al enemigo por separado y en proporciones manejables para las capacidades de su ejército, mientras el grueso de las tropas contenía y desgastaba a los realistas en la línea principal de defensa.
Lo anterior no significa que la victoria estaba asegurada, pero habrían tenido una mejor posibilidad de lograrla.
Para conciliar ambos puntos de vistas, se transó finalmente en un plan ambiguo de tres fases: La fase inicial consistía en la defensa de la rivera norte del río Cachapoal, utilizando la primera y la segunda división del ejército. En caso de que esta defensa fuese rebasada, las dos divisiones se apoyarían en la ciudad de Rancagua para luego iniciar la tercera fase, que consistía en una retirada ordenada, conteniendo al enemigo, hasta tomar posiciones definitivas en la angostura.
Cabe preguntarse como; con tropas inferiores en número, en calidad de armamento y entrenamiento, y en campo abierto; podría haberse completado exitosamente una retirada ordenada hasta las posiciones definitivas en Paine.
Lo anterior nos hace preguntarnos que pasó en la mente del general Carrera quien, con su experiencia militar y teniendo una visión acertada de la situación; mas aun, siendo comandante en jefe del ejército, no supo imponer su voluntad y prerrogativas de mando, ordenando concentrar sus fuerzas en las posiciones por él elegidas.
Es indudable que en esa oportunidad, su capacidad para tomar decisiones se vio afectada por las situaciones recientemente pasadas, cuyo peso le hizo transigir para no alterar la armonía lograda con tanto esfuerzo, con la esperanza de conservar la unidad del ejército patriota. Un difícil dilema cuya apresurada solución, pronto les traería graves consecuencias. Este dilema se ve reflejado en una carta de don José Miguel Carrera al Presbítero y miembro de la Junta de Gobierno, don Julián Uribe, fechada el 8 de septiembre de 1814; en la cual le dice textualmente:
“Señor Presbítero
Julián Uribe
Comunique a O’Higgins que Osorio debe ser atacado en angostura “Paine”, él desea sea en Cachapoal y atrincherarse en Rancagua, lo considero muy desatinado. Espero……., deseo Ud, hable y le haga revocar su idea.”
Affmo. SS. José Miguel Carrera
El 18 de Septiembre de 1814, el general O’Higgins, después de recibir fusiles y cañones reparados en las maestranzas, junto con las municiones respectivas, levanta el campamento del río Maipo y avanza hasta Rancagua, iniciando apresuradamente las fortificaciones de la plaza. Al mismo tiempo, Luís Carrera con los obreros reclutados de la construcción del canal de Ochagavìa, inicia los trabajos para construir las trincheras y parapetos que defenderían Paine.
El día 21 de mismo mes, Juan José Carrera inicia su marcha al Cachapoal al frente de 700 granaderos, a los cuales se unirían los 1235 jinetes del coronel Portus para completar la Segunda División bajo su mando.
LAS FUERZAS PARTICIPANTES
Las cifras correspondientes al orden de batalla de ambos bandos, sufren variaciones importantes entre un historiador y otro. Por este motivo, tomaremos como base las presentadas en el “Atlas Histórico Militar de Chile”, publicado recientemente por nuestro ejército:
Orden de Batalla Realista
- Comandante en Jefe; general Mariano Osorio
- Primera División; Coronel Elorreaga 1,484 hombres y 4 cañones
- Segunda División; Coronel Ballesteros, 1,432 hombres y 4 cañones
- Tercera División; Coronel Montoya, 1,082 hombres y 3 cañones
- Cuarta División; Coronel Maroto, 936 hombres y 3 cañones
- Artillería volante, compuesta por una batería de 4 cañones
Por lo tanto, el ejército realista ascendía en total, a una fuerza de 4,934 hombres, con 18 cañones.
Orden de Batalla Patriota
- Comandante en Jefe; general José Miguel Carrera
- Primera División; General B. O’Higgins, 1,155 hombres
- Segunda División; Brigadier J. J. Carrera, 1,983 hombres
- Tercera División; Coronel L. Carrera 944 hombres
El total del ejército patriota ascendía, por lo tanto, a 4,082 hombres y 16 cañones, de los cuales, solo 9 lograron ingresar a la plaza de la villa.
Debe notarse aquí que, como ya se ha dicho, dentro del organigrama de la Segunda División, se encontraba una fuerza de 1,235 jinetes de las Milicias de Aconcagua, comandadas por el coronel José María Portus.
Al comenzar el combate, debieron enfrentarse con tropas realistas que abrieron un nutrido fuego en su contra, razón por la cual se retiraron hacia posiciones amigas. Estas, al confundirlas con fuerzas realistas, también abrieron un nutrido fuego en su contra. El hecho de encontrarse entre dos fuegos, sumado a la gran cantidad de bajas sufridas al defender la retirada patriota, causó el desbande y fuga de esta unidad que terminó así su participación en la batalla.
Como consecuencia de lo anterior, la Segunda División logró retirarse a la plaza de Rancagua, reducida a poco más de 700 soldados, los que sumados a los de la Primera División, conformaron una fuerza no mayor a 1,900 hombres para defender la plaza; contra los casi 5,000 que la asediaban.
Con respecto a la Tercera División, compuesta por 184 Infantes de la Patria y alrededor de 750 jinetes, ésta se mantuvo como reserva del ejército a
unos pocos kilómetros al norte de la villa sitiada, en el lugar denominado Graneros del Conde.
SE INICIA LA BATALLA
Al amanecer del primer día de octubre de 1814, la vanguardia de Osorio, compuesta por 200 jinetes, atraviesa el río Cachapoal por el vado de Cortés, al oeste de la ciudad, mientras amaga con piquetes de infantería y algunas piezas de artillería el vado principal de Baeza, que es parte del camino real que entra en la ciudad.
Con esto se distrae la atención de la Primera División patriota, que se prepara para un ataque desde esa dirección. Sin embargo, lo que realmente planea el hábil Osorio, es lo que hoy llamaríamos un “gancho envolvente de izquierda” para desestabilizar el frente opositor.
La segunda división, ante la presión de fuerzas superiores, debe replegarse al norte para no verse envuelta por los realistas. En forma paralela a ésta, avanzan más al poniente las fuerzas de caballería de los coroneles Lantaño, Elorreaga y Quintanilla quienes, más veloces, logran bloquear el avance patriota en dirección a Paine y los obliga a refugiarse en Rancagua.
Mientras tanto, O’Higgins con la mitad de su división, avanza por la rivera norte del río para apoyar la retirada de las tropas de Juan José Carrera, dejando para defender el vado principal al resto de su división, la que junto con la artillería, queda al mando del capitán Ramón Freire. El general es también rechazado y debe refugiarse en la ciudad, no sin antes ordenar a Freire que retire sus fuerzas a aquel sitio.
El círculo de hierro queda sellado con las fuerzas del coronel Montoya, quien atraviesa el río al este de la villa y ocupa la salida del camino a Machali. Con los patriotas totalmente rodeados, los realistas inician el avance concéntrico, hasta ponerse a tiro de fusil de los defensores.
En la plaza de Rancagua, el brigadier Juan José Carrera, a pesar de ser el oficial mas antiguo en servicio, y en un gesto que lo enaltece, cede el mando de las fuerzas sitiadas al general O’Higgins, por haber sido éste, hasta poco tiempo antes, comandante en jefe del ejército patriota.
La plaza de la villa está diseñada como una cruz; o sea, solo cuatro calles desembocan en ella. En cada una de estas calles y a una distancia de más o menos 150 metros del centro de la plaza, habían sido preparadas las
barricadas construidas de adobe, usando también todos los materiales a mano, incluyendo carretas, muebles y elementos similares.
En cada una de las trincheras, se dispuso una guarnición de defensores con su respectiva artillería, distribuidas como sigue:
La barricada norte quedó a cargo del capitán Santiago Sánchez, con 100 hombres y 2 cañones.
Frente a ellos se formaron los regimientos realistas de Chillán y Valdivia, con 1100 soldados y 4 cañones.
La barricada sur quedó a cargo del capitán Manuel Astorga, con 200 soldados y 3 cañones.
Frente a esta fuerza, se desplegaron los 950 hombres y 6 cañones del regimiento Talavera (coronel Maroto), del Real de Lima (coronel Velasco) y de los Húsares de la Concordia (coronel Barañao).
La Barricada oriente, con 100 hombres y 2 cañones, quedó al mando del capitán Hilario Vial.
Enfrentando esta posición, se formaron los batallones de Chiloè, con 1050 soldados y 4 cañones
La barricada poniente, al mando de los capitanes Francisco Javier Molina y Eugenio Cabrera, fue dotada con 150 soldados y 2 cañones.
Avanzando hacia ellos, aparecieron los batallones de Concepción y de Castro, con un total de 1050 hombres y 4 cañones.
El capitán Ramón Freire tuvo la misión de escoger a los 100 mejores tiradores, los que distribuyó en puestos estratégicos, como tejados y ventanas, para proteger a las dotaciones de las cuatro barricadas. La reserva quedó constituida por las tropas de caballería, al mando del capitán Rafael Anguita.
El general O’Higgins ordenó subir los estandartes a la torre de la iglesia de la Merced, donde fueron desplegados con crespones negros, indicando que no habría rendición y que se lucharía hasta las últimas consecuencias.
Alrededor de las 10 de la mañana de ese primero de Octubre, los cañones realistas rompieron el fuego contra la barricada sur y luego avanzaron las tropas del regimiento de Talavera. En ese instante, el coronel Velasco, dirigiéndose a Maroto, le dice:
“Mi coronel, ¿como ataca V.M. en columna cuando estamos sobre las trincheras? Con tremenda arrogancia, el coronel Maroto le responde: “A un jefe español no se le hacen advertencias. Los bigotes que llevo me han salido en la guerra contra Napoleón”.
De muy poco le serviría esa arrogancia a Maroto, cuando tres años después, sería totalmente derrotado en la batalla de Chacabuco y debiera rendir su espada al mismo general Bernardo O’Higgins, que hoy era su oponente en Rancagua.
El regimiento de Talavera avanzó valiente y decididamente hacia la trinchera sur, a pecho descubierto. El capitán Astorga lo dejó avanzar hasta menos de 50 metros de las defensas y ordenó descargar los 3 cañones con metralla sobre el enemigo y luego fue la fusilaría quien recibió la orden de “fuego a discreción”.
El espectáculo que se presentó después de disiparse el humo de las descargas, fue dantesco. Los muertos y heridos yacían en montones y los sobrevivientes de los Talavera, debieron refugiarse en las calles laterales para reagruparse. Luego, desde las esquinas y los umbrales de las puertas, continuaron un nutrido fuego contra la trinchera sur, hecho que aprovechó Maroto para ordenar una segunda carga.
Esta vez, los realistas lograron llegar y clavar sus bayonetas en los adobes para usarlas como peldaños y escalar las defensas pero, después de una lucha cuerpo a cuerpo, fueron nuevamente rechazados e iniciaron una riesgosa retirada, perseguidos por las descargas de la artillería patriota, que les causaron nuevas bajas. Esta vez, sin embargo, al escurrirse nuevamente por las calles laterales, dejaron campo libre a los seis cañones de los veteranos de Burgos, quienes empezaron a bombardear la barricada, fuego que fue respondido por los cañones patriotas, produciéndose numerosas bajas en ambos lados.
Simultáneamente en la trinchera norte, el capitán Sánchez utilizaba la misma táctica para rechazar a los regimientos Valdivia Y Chillán, comandados por los coroneles Lantaño y Carvallo.
En la barricada oriente, el capitán Hilario Vial, con sus 100 hombres y 2 cañones, rechazaba tres ataques consecutivos de los batallones de Chiloè y de una compañía de Talaveras.
Una situación más crítica se produjo en la barricada poniente, donde los capitanes Molina y Cabrera debieron pedir urgentes refuerzos ante el peligro de perder sus 2 cañones y por las fuertes bajas sufridas frente a los batallones de Concepción y de Castro, comandados por el coronel José Rodríguez Ballesteros.
Al caer la tarde, el general Osorio, en su cuartel general ubicado a cuatro cuadras al sur de la plaza, recibió incrédulo los partes de sus oficiales. Lo que el pensó sería una fácil y rápida victoria, se convertía en una pesadilla. Ninguna de las trincheras cedía y las bajas realistas aumentaban a cada instante.
Impaciente e iracundo, quitó el mando del ataque al coronel peninsular Rafael Maroto y ordenó al coronel Barañao, criollo de nacimiento, lanzar la caballería contra las trincheras, derribarlas con el pecho de sus monturas e ingresar a la plaza, venciendo a sablazos toda resistencia. El oficial se puso al frente de sus Húsares de la Concordia y, al pasar junto a Maroto, gritó a sus soldados: “¡Vean como se pelea en América!”
El choque fue impresionante. Los adobes, debilitados por la artillería, se estremecieron y resquebrajaron, pero no cedieron. Los defensores contestaron a la carga con una lluvia de plomo, hiriendo al valiente Barañao, quien fue retirado por sus soldados. A pesar de estar herido, ordenó a sus hombres desmontar y atacar, con el apoyo de otras unidades, guareciéndose en los vanos de las puertas y en las ventanas de las casas, lo
que permitió al capitán San Bruno, de los Talavera, levantar y artillar una barricada en medio de la calle, frente a los sitiados. Esta táctica se repitió en a cada una de las otras tres barricadas, sellando todas las vías de escape a los asediados.
Después de estos intentos, se produjo una tregua que, aunque no pactada, sirvió a ambos bandos por igual. Los muertos fueron retirados sin oposición y los heridos llevados a los improvisados hospitales de sangre.
Eran pasadas las 7 de la tarde cuando Osorio, indignado por la férrea defensa, ordenó incendiar las casas que rodeaban la plaza y cortar el único suministro de agua que tenían los sitiados. En una hora, la plaza quedó rodeada por un cinturón de fuego y el humo cubrió el recinto defensivo ahogando a los sitiados. Los civiles, refugiados en la iglesia, corrieron despavoridos buscando un asilo inexistente y provocando una gran confusión en el exterior.
Es en ese instante cuando el general realista ordena atacar por quinta vez los cuatro parapetos y la lucha se inicia aun mas cruenta que antes.
Las bajas siguen aumentando en ambos lados y los patriotas se ven obligados a recurrir a su reserva, constituida por la caballería de Anguita, la que iba ocupando los lugares dejados por los caídos en las trincheras. Sin el agua, vital elemento en combate, los fusiles y cañones caldeados iban
quedando silenciosos y los soldados se turnaban para orinar sobre ellos, intentando enfriarlos para proseguir la lucha.
La noche cayó sobre una ciudad iluminada por los incendios, aunque el humo, como tupida neblina, dificultaba la visibilidad a corta distancia. El general realista, temiendo una salida patriota, o que sus propios soldados se disparasen entre si, ordena cesar el ataque. Aquellos hombres, agotados por una lucha titánica que había durado ya más de 15 horas de movimientos e incesante combate, dieron un suspiro de alivio y se desplomaron a descansar en sus puestos, pero sin soltar el fusil.
Es el momento que elige el general O’Higgins para enviar un mensaje al general Carrera. Pide un voluntario para atravesar las líneas realistas y llevarlo al Comandante en Jefe. Se presenta un joven Dragón quien, arrastrándose en el fondo de la acequia, logra cumplir su misión y regresar con la respuesta de Carrera. El nombre de ese héroe se ha perdido en el tiempo, aunque Liborio Brieba lo identifica como el alférez Del Real.
CARRERA Y LA TERCERA DIVISION
Mientras tanto, el general Carrera y la tercera división avanzaban entre Mostazal y Graneros cuando, a las 11 de la mañana, reciben la noticia de lo que sucedía en el Cachapoal y que tanto O’Higgins como su hermano Juan José, habían tenido que refugiarse en Rancagua. Al mismo tiempo, don José Miguel es informado que la caballería realista se encuentra avanzando por el camino de Machali, hacia la cuesta de Chada y ordena inmediatamente que una partida de reconocimiento salga a verificar el informe. Esta, al regresar, le anuncia que eso es efectivo.
Carrera ordena a la tercera división replegar su infantería, artillería y tren de bagajes hacia Angostura. A la altura del cerro Pan de Azúcar, Luís Carrera se entera que la supuesta fuerza realista, no es más que los restos del derrotado regimiento patriota de Milicias de Aconcagua, diezmado en los inicios de la batalla. Todo lo que queda junto al coronel Portus, después de la desbandada del regimiento, son 30 soldados que son asimilados a la división, la que vuelve a avanzar hacia Rancagua.
Al enterarse el general Carrera de lo ocurrido, ordena el avance de las fuerzas de retaguardia, que se encontraban en Angostura y que estaban compuestas por 116 infantes, 170 artilleros y 150 lanceros; los que al anochecer de ese día, se reúnen con la tercera división en la Chacra de Lo Cuadra, a tres kilómetros de Rancagua.
Es ahí donde esa noche, el general recibe al mensajero y se entera de los pormenores del combate. El mensaje decía lo siguiente:
“Si vienen municiones y carga la tercera división, todo está hecho”. Estaba firmado por O’Higgins y Juan José Carrera.
El general garrapateó en un papel la siguiente respuesta: “Municiones no pueden ir sino en la punta de las bayonetas. Mañana al amanecer hará sacrificios esta división. Chile, para salvarse, necesita un momento de resolución”.
Luego premió al mensajero con 20 onzas y le dio el siguiente recado verbal para los jefes sitiados: “Diga a O’Higgins y a Juan José que no queda otro arbitrio para salvarse y salvar al Estado, que hacer una salida a viva fuerza para reunirse con la tercera división, que los sostendrá a toda costa”.
Alrededor de las 2 de la madrugada de ese 2 de octubre de 1814, el mensajero logra reingresar a la plaza y entrega la respuesta a O’Higgins. Hasta este momento, se ignora si la parte verbal del mensaje fue realmente entregada al general, ya que la salida de las tropas sitiadas al encuentro de la tercera división era la única forma lógica de actuar en esas circunstancias.
La tercera división era la más débil de las tres divisiones patriotas. Estaba con puesta por 386 infantes y alrededor de 600 hombres de artillería y de caballería. De estos últimos, la mayoría estaba armada con solo lanzas y sables. Era imposible pensar que dicha fuerza pudiera romper el cerco por si misma, ante la abrumadora superioridad enemiga y, aun si hubiese logrado reunirse con sus compañeros sitiados, habrían quedado ellos mismos encerrados entre las ruinas humeantes, sin agua y con nulas posibilidades de sobrevivencia como fuerza combatiente.
Tal como lo hicieron mas tarde, las fuerzas sitiadas habrían podido efectuar la salida, romper el cerco, reunirse con las fuerzas de Carrera mientras éstas atraían a parte de las fuerzas realistas y, con suerte, los restos de las tres divisiones patriotas habrían podido retirarse hacia Paine.
A las 5:45 de la madrugada del día 2, el general Carrera escribe al gobierno un parte anunciando que “avanza hacia Rancagua para tratar de contactarse con las dos divisiones que el enemigo tiene encerradas en esa villa”. Al mismo tiempo, invoca a la Providencia para que proteja al Ejército Restaurador que, sin su apoyo, “hoy perece”.
Fue alrededor de las 10 de la mañana cuando el vigía apostado en la torre de la iglesia de la Merced, anunció la llegada de Luís Carrera a la Alameda de la ciudad, distante unas 6 cuadras de la plaza sitiada, gritando: ¡Viva la Patria! ¡Llega la tercera división! El grito se alzó como una ola gigante, sobrepasando los parapetos hasta llegar a los oídos del general Osorio, justo en los momentos en que se iniciaba un nuevo ataque sobre las tropas patriotas; las que, con renovados bríos, saltaron los parapetos y tomaron la ofensiva, rechazando con sus bayonetas a los realistas.
El general O’Higgins miraba la acción desde la torre de la iglesia y vio alejarse hacia el vado un grupo de oficiales realistas, entre los cuales se destacaba uno ellos, cubierto con un poncho blanco. Alguien observó que ese era el general Osorio.
Era el momento propicio para concentrar las fuerzas y romper el cerco, saliendo por el parapeto norte a reunirse con Carrera. En Rancagua, descontando las bajas sufridas hasta ese momento, quedaban todavía unos 1300 soldados en condiciones de abrirse paso combatiendo.
¿Por qué no se actuó en el momento? ¿Qué fue lo que paralizó a O’Higgins y a Juan José Carrera? Esto nunca ha sido explicado racionalmente, aunque ambos sobrevivieron a la batalla para entregar su versión.
Esta indecisión fue aprovechada por Osorio, que veía disiparse una victoria que ya le estaba costando muy cara, por haber creído en una fácil derrota de los “insurgentes”, como llamaba despectivamente a los patriotas.
Recuperándose de la sorpresa, ordenó al coronel Quintanilla impedir el progreso del enemigo, que ya entraba desde la Alameda por el callejón norte.
Este jefe emplazó un cañón en el angosto callejón y dispuso que su caballería rodeara al enemigo, atacándolo en su flanco izquierdo y en su retaguardia. Luego pidió urgentemente refuerzos al cuartel general.
Ante esta circunstancia, Luís Carrera con sus 250 infantes, la Guardia Nacional y los Húsares, en total unos 700 hombres; debió retroceder hasta la Alameda, para organizar un perímetro defensivo y esperar la salida de los sitiados, que se encontraban a solo 6 cuadras de distancia.
La caballería, al mando de Benavente, contraatacó con sus 500 soldados a las fuerzas de Quintanilla. A este encuentro se unió don José Miguel en
persona, encabezando a la Gran Guardia, mientras Luís, con sus infantes y cañones, desmontaba con su fuego a uno de la artillería enemiga, haciendo retroceder a los realistas de vuelta a los callejones. Sin embargo, los refuerzos enviados por Osorio, continuaban llegando hasta remontar unos 1600 efectivos, según relata el coronel peninsular Rodríguez Ballesteros; y la situación de la división patriota comenzó a deteriorarse, sin tener aun indicios de un intento de salida de los sitiados.
El combate en la Alameda, ya se había extendido por más de tres horas. Las municiones comenzaban a escasear y la presión realista se acentuaba. De pronto, el estruendo del cañón y de la fusilaría se silencian en la plaza sitiada y poco tiempo después, se escucha el redoblar de campanas en iglesia de la Merced y en la parroquia cercana.
Benavente describe este momento en que se creyó que los sitiados habían caído, con las siguientes palabras: “A la una de la tarde se observó un profundo silencio seguido de un repique de campanas, lo que nos hizo creer que la plaza había sucumbido”.
Sobre este momento, el mismo general Carrera escribe: “Mientras mas nos empeñábamos los de la Tercera División, menos fuego se hacía de la plaza, llegando al extremo de callar enteramente. Me persuadí y todos creyeron que la plaza estaba capitulando o iba a capitular. La retirada se
efectuó con orden y muy despacio; en el cerro Pan de Azúcar hicimos alto y los centinelas de las alturas avisaron que volvía a hacer fuego la plaza”.
Alrededor de las dos de esa tarde, el vigía apostado en la torre de la iglesia anunció el retiro de la Tercera División, gritando: “¡Se alejan mi general…se alejan!” O’Higgins corrió a ver con sus propios ojos lo trasmitido por el vigía y, al comprobarlo, tanto él como Juan José Carrera y otros oficiales reunidos, no daban crédito a lo que ya era evidente.
En ese momento, Osorio envía dos emisarios a negociar los términos de la rendición patriota, los que son repelidos a balazos. El general, sorprendido e iracundo por la negativa, ordena un asalto total para aplastar, a sangre y fuego, la terca resistencia.
En medio del ataque, tizones y chispas del techo en llamas, caen sobre el polvorín situado a un costado de la plaza, el que estalla matando a atacantes y defensores. El asalto es nuevamente rechazado, pero a costa de grandes sacrificios en vida y municiones. Ya solo restan 750 patriotas en condiciones de combatir.
O’Higgins relataría años después la desesperada situación de esos momentos, en las siguientes líneas: “No nos quedaba mas que un cajón de municiones de fusil. Todos los oficiales de artillería se hallaban muertos o heridos; no alcanzaba a contar con 20 artilleros. Algunos soldados de infantería servían los cañones. Ya los soldados desmayaban con la fuga vergonzosa de la Tercera División”.
El epíteto empleado por el general aparece injusto ante el análisis que se ha efectuado sobre la situación de la Tercera División en esa mañana, pero sin lugar a dudas, el hecho contribuyó al rompimiento total en las frágiles relaciones de ambos próceres.
La resistencia en la trinchera poniente ya había cesado y sus defensores se retiraban hacia el parapeto norte. En la barricada sur, tres artilleros y ochenta soldados apenas contenían la embestida realista, hasta que debieron abandonarla y retirarse hacia el mismo lugar. Solo resistían aun los parapetos norte y oriente. En este lugar, con los realistas ya ingresando al recinto, se concentraron menos de 600 hombres, todo lo que quedaba de las dos divisiones patriotas, después de 35 horas de heroica e incesante lucha.
Pasadas las 4 de la tarde, O’Higgins dio la orden de montar y junto con los capitanes Molina y Freire, se puso a la vanguardia rodeado por un piquete de lanceros. Tras el venían Juan José Carrera, el capitán Sánchez, otros oficiales y 500 Dragones. La retaguardia era cubierta por el capitán Astorga con otro piquete de soldados. Aquellos que no lograron encontrar cabalgaduras, montaron en ancas de sus compañeros. Las recuas de mulas, que habían sido reunidas para tal efecto, fueron azuzadas y corrieron enloquecidas derribando los parapetos y ocupando todo el ancho del callejón, arrasaron con todo lo que se les puso por delante.
Los jinetes se abrieron paso hacia el noreste, salvando los obstáculos y venciendo, sable en mano, la poca resistencia opuesta por el enemigo, el que fue totalmente sorprendido por la heroica carga de caballería. Durante la persecución, que afortunadamente duró poco tiempo, los patriotas sufrieron nuevas bajas, contándose entre ellas a dos distinguidos oficiales, los hermanos Astorga.
Nuevamente cabe preguntarnos como pudo lograrse el rompimiento del cerco, en condiciones tan desfavorables como las de esa tarde; y ni siquiera se intentó hacerlo con las óptimas condiciones que se presentaron esa mañana, cuando intervino la Tercera División. ¿Pensó el general O’Higgins
que su plan de encerrar a todo el ejército entre las ruinas humeantes de Rancagua, era el correcto? No nos parece posible esta alternativa, conociendo la clara inteligencia de este Jefe. ¿Qué pasó entonces? Suponiendo que el mensajero no entregó el mensaje verbal de Carrera, o que este nunca existió, como algunos argumentan; ¿Cómo interpretar que ni Juan José Carrera, ni ninguno de los jefes que rodeaban a O’Higgins en esos momentos, hubiesen levantado la voz para insinuarle que ese era el momento propicio para romper el cerco y reunirse con la Tercera División?
Estas son preguntas sin respuesta hasta el día de hoy.
La Patria Vieja y los anhelos de emancipación quedaban enterrados entre las cenizas de Rancagua. Esa ciudad mártir aun sufriría horas de angustia y terror al quedar abandonada a merced del vencedor.
La soldadesca realista embravecida y furiosa, saciaría su ansia de venganza en forma sanguinaria, rematando decenas de heridos, fusilando a algunos prisioneros; asesinando a los ancianos y violando a las mujeres refugiadas en la iglesia. Estos actos de vesania no se detendrían hasta la llegada del general Osorio, quien puso un inmediato fin a ese horror.
Las bajas de ambos bandos, muestras cifras muy dispares. Rodríguez Ballesteros las calcula en 1300 muertos en ambos bandos. Por su parte, el general Osorio, en su parte al Virrey, las minimiza en forma inverosímil, a 1 oficial y 111 soldados realistas; contra 31 oficiales, 400 soldados y 990 prisioneros patriotas. O’Higgins calculó las cifras de su comando en 700 hombres, a los que habría que agregar las bajas de la Tercera División y de las Milicias de Aconcagua. Sin embargo, es imposible determinar cuantas de estas se produjeron por deserción de la tropa del coronel Portus.
En un comienzo hemos hablado del carácter intenso y tozudo de nuestro pueblo, que nos ha conducido en muchas oportunidades al pináculo de la gloria, pero también al desastre como sucedió esa vez en Rancagua.
No queremos admitir que ambos próceres cometieron errores que desencadenaron el desastre. La falta de una buena comunicación, la indecisión en momentos cruciales, la falta de claridad y la ambigüedad en la planificación y en las órdenes impartidas; y también – ¿Por qué no decirlo? – la testaruda rivalidad arrastrada del pasado.
El pueblo chileno, que se une férreamente ante un conflicto exterior, no ha aprendido de los errores de nuestros próceres, pues aun no sabemos unirnos en la paz.
Emilio Alemparte
Director Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera
Bibliografía
- Campos Harriet, Fernando: “Jose Miguel Carrera”.
- Figueroa Barrera, Ricardo: “El Desastre de Rancagua”.
- Inostroza, Jorge: “Los Húsares Trágicos”.
- Reyno Gutiérrez, Manuel: “José Miguel Carrera”.
- Téllez Yánez, Raúl: “El General Juan Mackenna”.
- Toro Dávila, Agustín: “Síntesis Histórico Militar de Chile”.
- Vicuña Mackenna, Benjamín: “Vida del Capitán General don Bernardo O’Higgins”.
- Sociedad Chilena de Historia y Geografía: “Archivo del General Carrera”,
- Tomo XII, Julio-Septiembre de 1814.