Ignacio Carrera Pinto

EL CAPITÁN DON IGNACIO CARRERA PINTO Y LA EPOPEYA DE LOS 77 INMORTALES

Por Emilio Alemparte Pino

En una casa quinta de Peñaflor, legado que el general Carrera dejó a su descendencia, vivió parte de su infancia el héroe del combate de la Concepción, capitán don Ignacio Carrera Pinto.

Nació el 5 de febrero de 1848, siendo el menor de los ocho hijos nacidos de la unión entre don José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del Prócer de nuestra Independencia; y de doña Emilia Pinto Benavente, matrimonio efectuado en la Parroquia del Sagrario el 25 de junio de 1839.

El padre de Ignacio fue uno de los líderes liberales de la revolución de 1851 que, a fines del decenio del general Bulnes, tuvo por objeto impedir el triunfo conservador en las elecciones que llevaron a la presidencia de la Republica a don Manuel Montt. Fracasado este intento, don José Miguel debió partir al exilio en el Perú, desde donde regresó pocos años después, gracias a una amnistía general decretada por el gobierno. Ya en su país, la pasión política lo llevó a retomar una posición de liderazgo en la fronda liberal y a participar activamente en la contingencia política, cuya consecuencia fue la revolución de 1859 contra el presidente Montt. Al fracasar también ésta, debió refugiarse nuevamente en Lima, lugar donde falleció el 9 de septiembre de 1860. Sus restos fueron repatriados en 1863 y descansan en el mausoleo de sus nietos Fierro Carrera, en el Cementerio General de Santiago.

De lo anterior, se puede entrever que Carrera Pinto tuvo muy pocas oportunidades para conocer y departir con su padre, pues éste debió exiliarse cuando Ignacio tenía sólo 3 años y falleció cuando nuestro héroe aún no cumplía los 13 años.

No obstante, su infancia en Peñaflor se desarrolló en medio de un ambiente agrícola y, posiblemente, con algunas carencias propias de una familia numerosa y de un padre ausente; aunque no sin un fuerte apoyo familiar que le permitió formar una sólida personalidad ética y moral, un profundo orgullo de familia y un carácter decidido y emprendedor, como lo demostró durante toda su corta vida.

Poco después del fallecimiento de su padre, a pesar de su corta edad y siendo un eximio jinete, se inicia en el negocio de animales, ganándose un digno pasar trayendo arreos de vacunos desde Argentina. Sin embargo, llevando alrededor de 10 años en esta actividad y cansado de esa vida nómada, decide buscar otro medio de subsistencia que le permita un pasar más tranquilo y menos sacrificado.

En 1871, siendo patrocinado por don Benjamín Vicuña Mackenna, quien fuera gran amigo y compañero de exilio de Carrera Fontecilla, obtiene Ignacio el cargo de secretario de la Intendencia de Santiago.

El 23 de mayo de 1872, Carrera Pinto es nombrado Prosecretario del Consejo Directivo de la Casa del Patrocinio de San José. Sin embargo, acostumbrado a la vida campestre, regresa en 1876 a las labores agrícolas hasta el estallido, en 1879, de la guerra contra Perú y Bolivia.

Su sangre valerosa y la tradición heredada de su abuelo y de su padre, lo impulsan a enrolarse como voluntario en el batallón “Esmeralda”, el 25 de junio de 1879, con el grado de sargento. Esta unidad, convertida ya en un regimiento de línea – el famoso Séptimo de Línea – de 1,200 plazas, participa el 26 de mayo de 1880 en la batalla de Tacna, formando parte de la Primera División del Ejército, comandada por el coronel don Santiago Amengual. En esta batalla, el sargento Ignacio Carrera recibe una herida de bala, lo cual no le impide seguir dirigiendo a sus hombres hasta la derrota total del enemigo. Esta hazaña le valió el ascenso inmediato al grado de subteniente.

Meses después, el flamante oficial es transferido al regimiento “Chacabuco”, Sexto de Línea, junto al cual Carrera Pinto participa distinguidamente, en las batallas de Chorrillos y Miraflores. Con Lima ya ocupada por las fuerzas chilenas, don Ignacio es ascendido a teniente y se le confiere una corta licencia que el aprovecha para ver a su familia en Chile. Al término de dicha licencia, sus hermanos y parientes le dan una cena de despedida, durante la cual el expresa una premonición de lo que le sucederá más adelante.

Al pronunciar un brindis, Carrera Pinto les dice:

“Voy a la guerra a dejar muy en alto el nombre de mis antepasados, los generales Carrera, o a buscar una bala loca en el combate. Si no vuelvo, por lo menos mi CORAZÓN regresará a Chile”.

En Lima, la situación empeora. El general peruano Andrés Avelino Cáceres se retira a la sierra, reúne tropas dispersas sobrevivientes de la batalla de Miraflores y, apoyado por los curas de las diferentes parroquias, organiza guerrillas indígenas que son comandadas en su mayoría por hacendados de la zona y por algunos oficiales de línea que asesoran, planean y coordinan las operaciones. Esta fuerza pasó a llamarse Ejército del Centro y llegó a tener en algún momento, a más de mil soldados regulares y alrededor de tres a cuatro mil guerrilleros indios.

El general Patricio Lynch, comandante del ejército de ocupación chileno, envía tres expediciones para acabar con la resistencia de Cáceres, ninguna de las cuales logra su objetivo. La segunda de estas expediciones, comandada por el coronel Estanislao del Canto y en la cual participan los regimientos “Chacabuco”, “Esmeralda” y “Lautaro” entre otros, ocupa el extenso valle del río Mantaro, pero se ve obligada a retirarse debido a la falta de alimentos para la tropa, forraje para las bestias y grandes epidemias de tifus y disentería que merman sus filas, las que además son acosadas constantemente por el enemigo.

El teniente Ignacio Carrera, al mando de lo que resta de la 4ª compañía del “Chacabuco”, es asignado para guarnecer el pueblo de La Concepción, distante una media jornada al norte de la ciudad de Huancayo, sede del cuartel general de la División.

Las proféticas palabras pronunciadas frente a su familia durante su licencia en Santiago se ven realizadas el día 9 de Julio de 1882, cuando Carrera Pinto y su compañía se ven rodeados y atacados por tropas del Ejército del Centro, compuestas por alrededor de 600 soldados regulares y más de 1500 guerrilleros indios del general Cáceres.

Los 72 soldados del “Chacabuco”, más uno del regimiento “Lautaro”, sumados a los 4 oficiales que se encontraban en el pueblo, completaban una fuerza de 77 hombres; aunque sólo 67 estaban en condiciones de luchar pues 10 de ellos, incluido el teniente Julio Montt Salamanca, se encontraban enfermos o reponiéndose de diversas epidemias. Aun así, tomaron sus armas y se unieron a la resistencia, peleando por más de 18 horas seguidas, sin dar ni pedir cuartel, ante el embate de las hordas enemigas y sin aceptar la rendición ofrecida al inicio del combate por el coronel Gastó; la que fue rechazada en forma altiva pero serena, por Ignacio Carrera Pinto. La nota del coronel enemigo decía:

“Ejército del Centro, Comandancia General de la División Vanguardia. Concepción, Julio 9 de 1882”.

Al jefe de la guarnición chilena de La Concepción Presente.

Contando, como usted ve, con fuerzas muy superiores en número a las que usted tiene bajo su mando y deseando evitar una lucha a todas luces imposible, intimo a usted la rendición incondicional de sus fuerzas, previniéndole que, en caso contrario, ellas serán tratadas con todo el rigor de la guerra.

Dios guarde a usted

Juan Gastó”

Carrera Pinto, que había salido del cuartel para recibir al oficial portador de la nota, no tenía papel para escribir la respuesta, razón por la cual pidió disculpas al oficial por tener que escribir al pie y al reverso de lo ya escrito por el coronel Gastó. La respuesta de Carrera fue la siguiente:

“En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos, existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, general don José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas; por cuya razón comprenderá usted que, ni como chileno, ni como descendiente de aquel, deben intimidarme ni el número de sus tropas, ni las amenazas del rigor.”

“Dios guarde a usted

Ignacio Carrera Pinto”

El desigual combate se inició a las 2:30 de esa tarde. Carrera ordenó cubrir las cuatro calles que llegaban a la plaza donde se encontraba ubicado el cuartel, junto a la iglesia del pueblo. Cada barricada estaba al mando de un oficial. Estos eran los tenientes Julio Montt Salamanca y Arturo Pérez Canto, y el subteniente Luís Cruz Martínez. Sin embargo, la presión de la masa enemiga y los soldados que se descolgaban desde el   cerro ubicado inmediatamente detrás del cuartel, obligaron a los chilenos a replegarse a ese recinto. Carrera pidió dos voluntarios para intentar cruzar las líneas enemigas y pedir refuerzos al coronel del Canto en Huancayo. Desgraciadamente, ambos fueron capturados, ejecutados y luego exhibidos frente a los chilenos. Ya no quedaba otra alternativa que seguir luchando y hacer pagar muy caras sus vidas.

Ignacio Carrera fue gravemente herido a las 6 de la tarde, cuando una bala le destrozó el brazo izquierdo. Después de ser entablillado y vendado, siguió dirigiendo a sus hombres. Pasadas las 9 de la noche, se puso al frente de 20 soldados y dirigió una carga a la bayoneta, durante la cual cayó muerto por una bala que atravesó su noble pecho.

En esas condiciones, los chilenos lucharon hasta su exterminio total. Con ellos cayeron también tres mujeres de soldados, un niño de cinco años y un infante nacido esa misma noche durante el combate.

La influencia y el liderazgo que Ignacio Carrera Pinto ejerció sobre sus hombres se ve retratada en la actitud que ellos tomaron después de su muerte. A las 10 de la mañana del día siguiente, después de haber combatido sin tregua toda la noche, el subteniente Luís Cruz Martínez y cuatro soldados, los únicos sobrevivientes de ese martirio, con sus municiones ya agotadas, fueron nuevamente intimados a rendirse.

Ya no tenían un cuartel donde guarecerse, pues este había sido incendiado durante la noche. Ahí, de pie frente al enemigo que los rodeaba, se aferraban a sus rifles y miraban desafiantes al adversario. El subteniente Cruz, con solo 18 años, respondió a la intimación de rendición, gritando:

“¡Un soldado chileno jamás se rinde!”

Luego, volviéndose hacia sus hombres, les ordenó:

“¡Cuarta compañía del Chacabuco!,… ¡calar bayonetas!,… ¡a la carga!”

Esos cinco valientes, aun sabiendo que su lucha era imposible, chocaron como un ariete contra el enemigo rompiendo las primeras filas, pero fueron rodeados y masacrados por la indiada sedienta de sangre y de venganza, al ver a su alrededor los cientos de cuerpos sin vida que dejaron los soldados chilenos en su resistencia homérica.

El mismo día 10 de Julio, la división del coronel del Canto se puso en marcha hacia La Concepción. En la vanguardia iban las compañías restantes del regimiento “Chacabuco”, al mando de su comandante, coronel don Marcial Pinto Agüero.

Como avanzada se designaron dos secciones. Una, compuesta por veinte hombres del Chacabuco, comandada por el capitán Jorge Boonen Rivera. La otra, compuesta por diecinueve hombres del regimiento Lautaro, iba a cargo del capitán Rómulo Correa. El espectáculo que se presentó a estos veteranos soldados, los paralizó de horror ante la vista de los cuerpos desnudos, mutilados y destrozados de los soldados chilenos; así como los de las tres mujeres, del niño y de la criatura recién nacida. Las avanzadas logran capturar algunos indios dispersos, todavía borrachos después de saquear los almacenes del pueblo, los que fueron fusilados en forma sumaria.

El coronel Pinto Agüero, aún estremecido por la suerte corrida por sus hombres, ordena extraer los corazones de los cuatro oficiales y colocarlos en frascos con formol para su conservación. Luego, los cuerpos de todos los soldados chilenos, junto a los de las mujeres y los niños, son trasladados a la iglesia que es incendiada para evitar más profanaciones a los restos de las víctimas.

Curiosamente, el teniente Ignacio Carrera Pinto, de 33 años en la fecha de su muerte, no llegó a conocer su ascenso a capitán, a pesar de que los despachos de dicho ascenso habían llegado pocos días antes al comando divisionario. Sin embargo, cumplió la promesa hecha a su familia antes de regresar al Perú:

“Si no vuelvo, por lo menos mi corazón regresará a Chile”.

Efectivamente, su corazón, junto al de los otros tres oficiales mártires, es llevado a Lima. En marzo de 1883, son enviados a Chile y depositados en el templo de la Gratitud Nacional, donde reposaron hasta que, en 1901, fueron trasladados con honores al Museo Militar. El 9 de Julio de 1911, son nuevamente reubicados solemnemente en la Catedral Metropolitana, donde descansan hasta el día de hoy.

Posteriormente, el 18 de marzo de 1923, se inaugura en la Alameda de las Delicias, el hermoso monumento a los Héroes de La Concepción, realizado por la escultora Rebeca Matte, que hoy puede ser admirado en el mismo sitio por el pueblo de Santiago.

En 1978, el Banco Central de Chile emite un billete de $ 1000 con la imagen de Ignacio Carrera Pinto, basada en fotografías de la época. En el centro del billete se exhibe la imagen del ánfora que guarda los corazones de los héroes de La Concepción y en su reverso, el monumento alusivo a esta épica acción que ya ha sido mencionado.

En el año 2011, el Banco Central emitió una versión renovada del billete de $ 1000 con el retrato de Ignacio Carrera Pinto, basado en el óleo pintado en 1982 por Juan Manuel Huidobro.

Bibliografía

  • Álvaro Castellón Covarrubias; “La Familia del Libertador José Miguel Carrera V.”
  • Agustín Toro Dávila; “Síntesis Histórico Militar de Chile”.
  • Banco Central de Chile; Folleto informativo editado con motivo de la exposición sobre el héroe de La Concepción (25 de mayo al 29 de julio del 2011).
  • Jorge Hinostroza C.; “Adiós al Séptimo de Línea”.
  • Arturo Benavides Santos; “Seis Años de Vacaciones”
  • Héctor Maldini; “El Príncipe, Vida y Leyenda del Almirante Patricio Lynch”.
Ignacio Carrera Pinto
9 de Julio, Día de la Bandera ¿Sabes por qué?