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Hermanos Carrera

Javiera, la Sobreviviente

Ana María Ried Undurraga
Presidenta Honoraria
Instituto José Miguel Carrera

Es junio de 1825, la lluvia cae copiosa en el campo de San Miguel de El Monte, y también caen las lágrimas de Javiera Carrera recorriendo las habitaciones vacías de lo que fue la casa de su familia.

¡Cuántos recuerdos felices de su infancia!, su amable padre, don Ignacio, su exigente madre, doña Paula, que le enseñó a leer y el latín, sus traviesos hermanos; el gigantón rubio Juan José que siempre deseó ser militar, el apuesto José Miguel y el pequeño y tierno Luis!.

Y que devota era, a los 14 años decidió ser religiosa, pero otra pasión tomó su corazón y recién cumplidos los 15 años se casa con el joven Manuel de la Lastra, más dos años después le llega la terrible noticia de su marido, quien muere al atravesar la cordillera, dejándola viuda y con dos hijos a los 18 años.

Al llegar al salón rememora las continuas visitas del noble español don Pedro Díaz de Valdés, Asesor de la Capitanía General de Chile y sucumbe ante el encanto grave de su pretendiente. En 1800 se casa con su “Valdés”, como lo llamó siempre, y con él tiene cinco hijos más. Esta época fue la más tranquila de su vida participando en todos los saraos y ejercicios religiosos haciendo notar su profunda devoción siempre admirada por su belleza y su talento.

Que alegría sintió en 1811 cuando volvió José Miguel de España, lleno de gloria y de proyectos, ella como siempre lo comprende y lo secunda como una segunda madre ya que doña Paula ha muerto.

Sale al parque húmedo de lluvia y se ve a sí misma cosiendo la bandera bajo los frondosos árboles y recuerda el orgullo que sintió cunado ésta flameó sobre el Consulado. Cómo celebró la promulgación del decreto de educación para las mujeres, y qué osada fue al asistir al sarao de septiembre de 1812 vestida de araucana y con una corona invertida como un desafío a los españoles.

La llegada de éstos para reconquistar el poder lo que desencadena la guerra, José Miguel es nombrado General y con sus hermanos luchando contra los invasores con el triste desenlace de la batalla de Rancagua en que los españoles dominan el país, ¡que tristeza insondable esa derrota!…

Javiera siente que debe abandonar Chile, su marido que es español se siente seguro, pero ella no, “porque es Carrera” y sabe que será perseguida.

Tener que dejar a sus hijos para ella es un desgarramiento, pero aún así sigue a sus hermanos al exilio, son rechazados en Mendoza y conducidos presos a Buenos Aires, donde reciben la triste noticia que don Ignacio, su padre, ha sido confinado por los españoles a la Isla de Juan Fernández.

Sus hermanos no pueden participar en el Ejército Libertador que prepara San Martín en Mendoza, pues no son parte de la Logia Lautarina, y José Miguel discurre ir a Estados Unidos para conseguir una flota y apoyar la liberación de Chile por mar. En 1817 regresa a Buenos Aires con sus naves, las que le son arrebatadas por el Gobernador Pueyrredón y él es apresado y logra huir a Montevideo.

En esos días el Ejército Libertador liderado por San Martín atraviesa la cordillera y derrota a los españoles colocando a O´Higgins como Gobernador.

Juan José y Luis deciden ir hacia Chile; Juan José para encontrarse con su amada Ana María y Luis para consolar a su anciano padre que ha vuelto de la isla. Pero son apresados y después de varios meses en que Javiera escribe a todas las autoridades de Chile y Argentina para liberarlos, son fusilados sin juicio en la fatídica ciudad de Mendoza.

Continúa la feroz persecución a todos los carrerinos en ambos países: Javiera es conducida presa al fuerte de Luján en plena pampa, el dolor y la pena la sumen en un estado de gravedad tal que deben trasladarla a otra prisión a Buenos Aires. No puede comprender tanto odio; a su padre O´Higgins le ha cobrado el importe de los buques incautados en Buenos Aires, pero peor aún, ha sabido que le ha cobrado por fusilar a sus hijos.

El corazón de Javiera parece no poder contener tanto dolor, ni tampoco don Ignacio que muere abrumado de pena. Sus amigos Rodríguez también son perseguidos y Manuel es asesinado en Til Til.

Pero queda el viril José Miguel, que decide pasar a la ofensiva y se une a los Gobernadores Federales de Entre Ríos y Santa Fe y derrota a sus enemigos de la Logia en Buenos Aires.

Javiera aprovecha de escapar hacia Montevideo y en relativa tranquilidad escribe numerosas cartas a su Valdés recomendándole sus amados hijos que permanecen en Chile, y en especial le pide por Manuel quien es perseguido y no se sabe de él.

Javiera recorre el largo y estrecho corredor de su casona solariega que conduce a las cocheras: todo está oscuro, sólo la acompañan los fantasmas de sus hermanos. Recuerda esos días de Montevideo, cuando al saber de la muerte de José Miguel, casi pierde la razón, lo llama día y noche, no come ni duerme y habla con él como si estuviese a su lado.

Su fiel servidor Cornejo la cuida como un hijo. Poco a poco va volviendo en sí y lo único que anhela es volver a ver a su Valdés y adorados hijos, y por supuesto vivir en San Miguel.

Después de un largo viaje por mar pasando por el Cabo de Hornos, llega a Chile, pues O´Higgins ya ha abdicado y no tiene nada que temer.

Se retira a San Miguel, donde aunque solitaria, es visitada como una reina destronada. Su abnegado marido Manuel muere en 1826 y ella dedica todos sus esfuerzos para repatriar los restos de sus hermanos desde Mendoza, lo que logra en 1828.

Con grandes ceremonias y homenajes populares entran a Santiago los féretros de los hermanos acompañados por el hijo menor de José Miguel, de 7 años y vestido de húsar.

Javiera vuelve en su coche a su desolada casa de San Miguel, sus recuerdos han brotado, reavivando todo el rencor, el odio y la amargura, se pregunta ¿por qué ellos que dieron todo por su patria con tanta valentía han muerto así?

La rebeldía crece en su alma, Dios no existe, cómo ha permitido que todo esto suceda, desea que los culpables también sufran, ella está llena de dolor y quisiera venganza. En vano sus amigos le aconsejan, le ruegan, que acepte, que perdone.

Su alma profundamente herida, se resiste, en su mente están presentes en todo instante los tres cadalsos como una obsesión.

Al abrir por causalidad un Evangelio, aparecen las palabras de Jesús antes de su martirio: “Padre, aleja de mi este cáliz pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Le pareció oír a su propio padre instándola a perdonar. Javiera llega a aceptar este designio y serena los arrebatos encendidos de su odio. Ella, siempre apasionada, fue hacia Dios sin limitaciones, volcándose hacia Él con la misma piedad que tuvo en su juventud.

Su compasión se extendió a los pobres, a los enfermos y a los asilos de niños y ancianos a quienes ayudó y dejó copiosos legados a su muerte.

Todo fue excesivo en su vida: sus odios y sus amores, su abnegación y su capacidad de sufrir, su orgullo y su humildad en el perdón.

Javiera llega al oratorio de su campo, observa el altar vacío, sin sus ángeles de alas doradas, pero ella lo restaurará y desde allí dirigirá al Todopoderoso sus plegarias de perdón.

Le ha llegado la paz, ya puede morir.

Javiera Carrera
Firma de Javiera Carrera
Aniversario del fallecimiento de Javiera Carrera Verdugo